Si bien el problema del texto y la lectura ha estado determinado por el imperialismo de la lingüística (en la que difícilmente se habla de la imagen, como no sea de la “imagen acústica”, como en Saussure), lo cierto es que para los millones de usuarios que diariamente confrontan la información escrita, la dimensión visual de los textos -tanto como el soporte material en que aparecen- resulta decisiva para la comprensión de los contenidos y más aún, para su concepción misma.
Por su parte la mayoría de los especialistas en tipografía o diseño editorial parecen desentenderse también de la cuestión al plantear su trabajo casi siempre en términos solamente preceptuales, casi ópticos, dejando intactos los aspectos de la organización del pensamiento y sus relieves como si tales temas les fueran ajenos. Ello se demuestra, por ejemplo, en el privilegio más bien desmedido que se le da a temas como la legibilidad o la composición formal como los únicos tópicos que consideran de su competencia.
Frente a este problema, y saliendo al auxilio del ciudadano así fracturado por las epistemologías, la Retórica planteará trabajar más bien el tema de la tipografía en ese terreno intermedio que ha quedado escindido por esas dos ópticas. Es decir, la Retórica planteará que los aspectos formales de la composición visual de las palabras están estrechamente ligados con los problemas de la gramática, de la redacción y de la dimensión propiamente pragmática del lenguaje, y de hecho postularemos que los sistemas de puntuación o de estructuración de párrafos, sentencias, períodos y oraciones en términos visibles es anterior a los principios que la gramática postularía después (y una condición de su existencia). De hecho, como señala Ellen Lupton (en Design Writing Research, Phaidón, NY, 1996), la puntuación nació de la una fórmula de invención gráfica puesta en marcha por Aristófanes (un bibliotecario de Alejandría) quien luego de leer la Retórica de Aristóteles percibió la importancia de los silencios, las pausas o los períodos en la deliberación oral, y se propuso consignar esas modulaciones de una forma visual dando así un impulso decisivo a la escritura alfabética como se conoce hoy en Occidente.
Tomando este punto de partida, en donde la historia de los signos visuales relacionados con la letra es la historia de la deliberación llevada a la página, diremos que ahí donde el orador debía hacer gestos, movimientos y modular sus ritmos para hacer asequibles los tópicos, la puesta en página realizará una acción equivalente sólo que con elementos tales como las fuentes tipográficas, sus variantes pragmáticas (como la cursiva, las negritas, las versales, las mayúsculas y minúsculas, las capitulares), los signos de puntuación, los espacios e interlineados, las retículas, las columnas y las metáforas de la página. El principio de este enorme corpus, desarrollado ya con infinitos matices a lo largo de los siglos y de las lenguas, ha sido el de metaforizar: los tipos metaforizan un carácter (digamos una personalidad encarnada en las intenciones de los trazos, sus grosores y sus movimientos, de hecho los tipos también pueden ser llamados caracteres, tomado aquí sí en la acepción que ese concepto tiene en el teatro). Baste recordar de nuevo que las primeras letras mayúsculas del alfabeto romano (de las que provienen los patines de las letras “clásicas”) parten de la arquitectura, pues se hacen a semejanza de las columnas (con lo que se logra simbolizar la idea de solidez de lo que se piensa) y más tarde esta metáfora se ha extendido hacia el diseño de las páginas, pues se usan cornisas, columnas o pórticos para componerlas (Ahora mismo yo escribo en una plataforma que se llama Windows, y confío en la luz que arrojan al texto las ventanas que voy colocando, misma cosa que hacen los Portales del Internet). Otras metáforas como la de la retícula representan el sustrato que respalda al pensamiento. Son metáforas subyacentes y en algunos casos se diseñaron retículas para persuadir de que es Dios quien organiza el mundo de lo pensable; otras, como las retículas modernas (geométricas, axiales) le dieron más bien valor a la racionalidad lógica y otras, más contemporáneas, las retículas posmodernas, intentan convencernos de que el universo de nuestras ideas está organizado por el caos o la multicursividad.
Todas estas metáforas actúan para hacer sensible ante la vista el modelo deliberativo en el que se quiere hacer percibir al lenguaje, comenzando por la postulación de los tópicos (como es el caso de los títulos), el énfasis (como es el caso de las Mayúsculas o las cursivas), la dispositio (como es el caso de los interlineados, las columnas o la distribución reticular), la secuencia de los razonamientos (como es el caso de los signos de puntuación) así como la cultura y el carácter del orador (como es el caso del uso de los caracteres). Como señala Alan Robertson en su artículo An emediated rhetoric of visuality:
Por su parte la mayoría de los especialistas en tipografía o diseño editorial parecen desentenderse también de la cuestión al plantear su trabajo casi siempre en términos solamente preceptuales, casi ópticos, dejando intactos los aspectos de la organización del pensamiento y sus relieves como si tales temas les fueran ajenos. Ello se demuestra, por ejemplo, en el privilegio más bien desmedido que se le da a temas como la legibilidad o la composición formal como los únicos tópicos que consideran de su competencia.
Frente a este problema, y saliendo al auxilio del ciudadano así fracturado por las epistemologías, la Retórica planteará trabajar más bien el tema de la tipografía en ese terreno intermedio que ha quedado escindido por esas dos ópticas. Es decir, la Retórica planteará que los aspectos formales de la composición visual de las palabras están estrechamente ligados con los problemas de la gramática, de la redacción y de la dimensión propiamente pragmática del lenguaje, y de hecho postularemos que los sistemas de puntuación o de estructuración de párrafos, sentencias, períodos y oraciones en términos visibles es anterior a los principios que la gramática postularía después (y una condición de su existencia). De hecho, como señala Ellen Lupton (en Design Writing Research, Phaidón, NY, 1996), la puntuación nació de la una fórmula de invención gráfica puesta en marcha por Aristófanes (un bibliotecario de Alejandría) quien luego de leer la Retórica de Aristóteles percibió la importancia de los silencios, las pausas o los períodos en la deliberación oral, y se propuso consignar esas modulaciones de una forma visual dando así un impulso decisivo a la escritura alfabética como se conoce hoy en Occidente.
Tomando este punto de partida, en donde la historia de los signos visuales relacionados con la letra es la historia de la deliberación llevada a la página, diremos que ahí donde el orador debía hacer gestos, movimientos y modular sus ritmos para hacer asequibles los tópicos, la puesta en página realizará una acción equivalente sólo que con elementos tales como las fuentes tipográficas, sus variantes pragmáticas (como la cursiva, las negritas, las versales, las mayúsculas y minúsculas, las capitulares), los signos de puntuación, los espacios e interlineados, las retículas, las columnas y las metáforas de la página. El principio de este enorme corpus, desarrollado ya con infinitos matices a lo largo de los siglos y de las lenguas, ha sido el de metaforizar: los tipos metaforizan un carácter (digamos una personalidad encarnada en las intenciones de los trazos, sus grosores y sus movimientos, de hecho los tipos también pueden ser llamados caracteres, tomado aquí sí en la acepción que ese concepto tiene en el teatro). Baste recordar de nuevo que las primeras letras mayúsculas del alfabeto romano (de las que provienen los patines de las letras “clásicas”) parten de la arquitectura, pues se hacen a semejanza de las columnas (con lo que se logra simbolizar la idea de solidez de lo que se piensa) y más tarde esta metáfora se ha extendido hacia el diseño de las páginas, pues se usan cornisas, columnas o pórticos para componerlas (Ahora mismo yo escribo en una plataforma que se llama Windows, y confío en la luz que arrojan al texto las ventanas que voy colocando, misma cosa que hacen los Portales del Internet). Otras metáforas como la de la retícula representan el sustrato que respalda al pensamiento. Son metáforas subyacentes y en algunos casos se diseñaron retículas para persuadir de que es Dios quien organiza el mundo de lo pensable; otras, como las retículas modernas (geométricas, axiales) le dieron más bien valor a la racionalidad lógica y otras, más contemporáneas, las retículas posmodernas, intentan convencernos de que el universo de nuestras ideas está organizado por el caos o la multicursividad.
Todas estas metáforas actúan para hacer sensible ante la vista el modelo deliberativo en el que se quiere hacer percibir al lenguaje, comenzando por la postulación de los tópicos (como es el caso de los títulos), el énfasis (como es el caso de las Mayúsculas o las cursivas), la dispositio (como es el caso de los interlineados, las columnas o la distribución reticular), la secuencia de los razonamientos (como es el caso de los signos de puntuación) así como la cultura y el carácter del orador (como es el caso del uso de los caracteres). Como señala Alan Robertson en su artículo An emediated rhetoric of visuality:
"En tanto que dispositivo a la vez gráfico y discursivo, estático y dinámico, el diseño de textos abre umbrales estructurales con medios que hacen que los contenidos deriven en secuencias visuales, las cuales dan cauce al razonamiento, clarifican la asociación de conceptos, revelan vínculos que de otra forma no serían advertidos y designan jerarquías visuales para hacer las enfatizaciones adecuadas. Como una acción que sincroniza a mismo tiempo una formalización y una significación, el diseño de tipo-grafías puede mediar entre la paradójica “fisura” que ha sido un problema central para la retórica: la escisión que se ha hecho del concepto original de logos al instaurarse la dicotomía entre forma y contenido."
Es fácil así ver cómo las decisiones formales están asociadas al carácter deliberativo, las mayúsculas para introducir un tópico o para marcar jerarquías, los paréntesis para las digresiones, las cursivas para los énfasis, y así sucesivamente. La puesta en página implica pues una forma visual de lo que antes se conocía como prosodia. Los diseñadores han construido principios de composición para marcar la coherencia en la página de estas intenciones que dan pauta a la organización deliberativa. Por ejemplo los principios de proximidad, alineamiento, repetición o contraste sirven para que las palabras ocupen en la página el lugar que tienen en la distribución mental. Como se ve en el siguiente ejemplo, una distribución donde lo visual metaforiza las jerarquías del razonamiento a través del contraste, el alineamiento y la proximidad, permite una mayor comprensión de lo expresado (véase la información antes y después)
Después
La Retórica postulará así que la tipografía y su puesta en escena dentro de la página sigue tres principios metafóricos que están directamente relacionados con las condiciones persuasivas. Estos son:
1. Hacer percibir el ethos
2. Hacer dúctil el fluido de la deliberación y
3. Dar relieves a los argumentos para facilitar la comprensión.
Si seguimos estos principios retóricos para comprender a la tipografía y las formas editoriales, veremos como la Retórica está también presente no sólo en los soportes clásicos sino que ella norma también poderosamente el universo de las pantallas digitales y de las hoy llamadas “tecnologías de la información”. La tradición está pues tan presente como en antaño.
Poema tipográfico de Joan Brossa
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