domingo, 4 de marzo de 2007

Las cinco partes de la retórica


Cada situación en la que debemos dar una respuesta y donde lo que prevalece es lo probable más que lo necesario, es una situación retórica. De ahí nace la naturaleza de la deliberación, que es natural en el hombre pero cuyos procedimientos pueden estudiarse y enseñarse. Partiendo entonces de la premisa postulada por Aristóteles de que “también lo que se hace por costumbre puede teorizarse” (Retórica) surge el canon de la Retórica, que propone la existencia de las cinco partes que componen este procedimiento de deliberación para las decisiones prácticas. Partiendo de que el problema de las situaciones en el discurso es saber primero qué debemos decir y luego cómo, surgen entonces estas cinco partes que son la Invención, la Disposición, el Estilo (la Elocución), la Memoria y la Acción.

La Invención
Trata sobre el modo como encontramos lo que debemos decir o hacer (de hecho su nombre proviene de la palabra invenire, encontrar). Aristóteles señala que, dada una situación, es en la invención donde encontramos y descubrimos premisas sobre la base de hallar los lugares adecuados para el caso dentro de la reserva colectiva de las convenciones históricamente construidas, es decir los lugares comunes. Por eso Aristóteles define a la retórica como “el arte de encontrar lo que es adecuado en cada caso para persuadir”. Los topoi o lugares comunes son por ello llamados tópicos de invención, pues recurrimos a ellos para argumentar. Los tópicos de invención serían, por ejemplo, los de a) Definición (género/especie) b) División (parte/todo) c) De relación (causa efecto, antecedente/consecuente, de los contrarios), e) De circunstancia (posible/imposible, pasado/futuro) f) De autoridad (leyes, documentos, máximas). Y existen también tópicos especiales para los discursos judicial, político y epidíctico.
Muchas veces nos referimos a lugares comunes peyorativamente, pero en realidad ellos aseguran la comunicación, pues están instaurados en la memoria colectiva. En algunos casos, y para ciertos juicios, requerimos de lugares nuevos (tópicos para cosas de las que antes no teníamos noticia, como por ejemplo el calentamiento global, que nos lleva a una nueva tópica como la de la sustentabilidad). Pero los lugares nuevos siempre están en relación dialéctica con los lugares comunes, pues la comunicación debe asegurarse antes de postular nuevas ideas. Un ejemplo de ello son los cuadros cubistas, que trataban de inaugurar una nueva forma de representar el espacio y el tiempo, pero para hacerlo debían recuperar los lugares comunes de la pintura tales como la “naturaleza muerta” o el “bodegón”, para a partir de ahí establecer su nueva tópica perceptiva, que por lo demás se volvió común después, como toda vanguardia. Lo nuevo siempre depende de lo tradicional.



Otro caso es el de los íconos de las computadoras, ya que para elaborar las interfases los programadores deben recurrir a la tópica común de una oficina (donde hay clips, basureros, folders, archivos, etc.) De esta manera los usuarios pueden interactuar con los complejos algoritmos de la máquina: recurriendo a los lugares de lo conocido.


La invención está entonces vinculada al logos, al hallazgo que nos permite asegurar las proposiciones, y se centra más en el estudio de qué debemos decir antes que en el cómo. La invención es el centro de la actividad retórica, pues ahí se genera su núcleo argumentativo.


La Disposición
La disposición trata sobre el orden de las partes, sobre la organización de la cadena de los argumentos que componen una acción, un texto o un discurso. Se vuelve particularmente importante cuando se procede en una secuencia larga, ya que ahí se decide el recorrido que debe seguir el usuario o el lector, recorrido que debe ser productivo, significativo.
En la antigüedad la disposición fue organizada en torno al discurso oral, y se componía de cuatro partes, el exordio (destinado a abrir el ánimo del público) la narración (relación de hechos), la argumentación (discernimiento de los juicios) y la conclusión o epilogo. La disposición está arreglada para apelar tanto al juicio como a las emociones, ya que en el exordio uno puede establecer su propia autoridad (se apela al ethos) en la narración y la argumentación se recurre a los argumentos lógicos (se apela al logos) y la conclusión se arriba al final de forma emotiva (se apela al pathos).
La disposición como concepto retórico se ha extendido desde entonces a una consideración más amplia. Por ejemplo con el surgimiento del libro varias partes fueron estableciéndose para ordenar el discurso (introducción, proemio, prólogo, capítulo, subcapítulo, inciso, conclusión, epílogo, etcétera) El índice de un texto o una tesis es una forma bastante conocida de la dispositio, y todos sabemos que su organización es fundamental. Pero llevando el concepto más lejos, podemos decir que todos los artefactos retóricos, un edificio, una traza urbana, una película, una página web, un plan de estudios, una legislación, el organigrama de una institución o un manual de puestos, tienen todos una disposición construida por las convenciones sociales. Es de hecho su disposición lo que decide qué se puede o no hacer, qué jerarquías hay qué considerar, es el esqueleto del argumento y por tanto persuade ya desde su propia organización: la disposición ordena.
Veamos la siguiente imagen, el organigrama del Instituto Nacional de Agua, donde destaca la paradoja de llamar Auditoria Interna a una estructura que proviene de fuera. Todo organismo, toda institución establece la disposición de sus partes, que parecen por tanto ser necesarias, pero sabemos también que ese no es el único orden posible: pensar en los efectos o vacíos de una disposición es pensar retóricamente.

El estilo
La investidura que un autor da a su lenguaje para alcanzar sus objetivos entra dentro del estatuto del estilo. Para un escritor el estilo es la manera en que algo es expresado, el resultado de aspectos tales como la elección de las palabras, el tono del discurso o las decisiones sintácticas. El estilo se define así como el arte de hallar la adecuada expresión de las ideas, pensando ya no sólo en el QUE sino en el CÓMO de las formas comunicativas.
Desde una perspectiva retórica el estilo no es algo incidental, suplementario o superficial, ya que la manera en que las ideas son encarnadas decide la impronta que el acto dejará sobre el usuario o lector. A menudo la retórica ha sido disminuida al estudio de los efectos de las figuras de la Elocución, que son el cuerpo donde se estudian los elementos del estilo, y es esa disminución la que la hace aparecer como un arte puramente ornamental. Sin embargo, operando dentro de todo el sistema (es decir, sabiendo que la elocución procede de la invención y de la disposición) nos percatamos de que toda inclinación por una expresión conlleva una carga a la que es sensible el usuario, por lo que el estilo no es un revestimiento sino una parte fundamental del argumento.
Si la retórica otorga una importancia crucial a la lexis (el léxico) y al modo de las expresiones es porque sabemos que “el fondo es forma”. De esta manera la ornamentación (que viene del latín ornare- equipar, surtir) no es en la retórica clásica un concepto cosmético, sino una forma de equipar al discurso para alcanzar sus objetivos.

La elocución o estudio del estilo se ha basado en una amplia categorización de las llamadas “figuras retóricas”, como es el caso de la metáfora, la sinécdoque, la metonimia, la ironía, la paradoja, el oxímoron, etcétera. Las figuras son esquemas en los que los argumentos pueden ser vertidos según diversos propósitos, y es su modo de operación lo que hace que las ideas anclen de un modo u otro en la percepción y en el juicio. La categorización y estudio de las figuras es entonces un aspecto central en el abordaje del estilo dentro de esta tradición.
Las figuras tienen esquemas que permiten incidir sobre las emociones, sobre la autoridad y el carácter del orador, sobre la credibilidad, claridad y coherencia de las ideas, por lo que sus diversos modos pueden apelar al ethos, al logos y al pathos. Para Hermógenes, cuya aprotación a la tradición fue la definición de “Las virtudes del estilo” las cualidades que la elocuencia procura son cinco: claridad, grandeza, belleza, rapidez, carácter, sinceridad y fuerza. Resulta curioso comparar estas máximas con la propuesta que Italo Calvino hiciera para la literatura luego de un milenio de historia del libro. Según Calvino, la literatura debiera cultivar las siguientes virtudes: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia. Vemos así que la tradición retórica sigue presente en la necesidad de analizar las necesidad de categorizar el campo del estilo.
Un ejemplo: Helioflores, uno de los grandes caricaturistas mexicanos, desarrolló un estilo consistente y propio para hacer la crónica y la crítica de la vida política mexicana. Su oficio retórico le hace decir que lo más difícil del día es leer las noticias y comprender cuál es el argumento más relevante (es decir la Invención): “Yo creo que lleva más la selección del tema, informarte, armar bien la idea. Ya cuando la dibujas es que ya sabes qué vas a hacer. En cuanto al dibujo hay unos más complicados que otros, pero los puedes trazar en dos o tres horas, dependiendo de muchas cosas. Pero cuando estoy dibujando ya estoy de salida”. ("La vida detrás del mono", entrevista a Helioflores, Revista Universo del Mono, de René Avilés Fabila, Año 6, Núm. 66, agosto del 2005)
Helioflores ha construído sus caricaturas utilizando la paradoja, la metáfora, la hipérbole para formar su estilo. Son inolvidables esas hipérboles donde la gente pobre aparece con pies enormes, o donde los grandes represores aparecen con un enorme volumen para que entendamos el tamaño de su autoritarismo. Son estas ideas visuales, basadas en figuras retóricas, lo que nos hace ver el peso específico de la hipocresía política. He ahí uno de los mejores ejemplos de lo fundamental que resulta el estilo en la argumentación:

La memoria

La cuarta parte de la retórica, la memoria, es uno de los cánones que más han sido olvidados en esta teoría al paso del tiempo. En principio la memoria parece estar ligada únicamente a la actividad mnemotécnica, en la que el orador retiene en la mente su discurso. Sin embargo el concepto de memoria en la teoría retórica va más allá: refiere a la necesidad que tiene el productor de aprender diversos tópicos que puede usar en cualquier momento de la deliberación, es decir, se relaciona con el depósito de los tópicos o lugares que pueden usarse libremente en el discurrir y por tanto la memoria está relacionada con la Invención.

La memoria refiere así al catálogo o enciclopedia al que es posible recurrir para improvisar en una ocasión dada para conseguir los objetivos propuestos. La Retórica para Herennio llama a la memoria “el atesoramiento de las cosas inventadas” y su uso emergente la relaciona también con el concepto retórico de oportunidad (kairos) ya que los tópicos conocidos pueden ser convocados según las necesidades del contexto y la situación. La capacidad de memoria es entonces una virtud ya que ella permite que en la comunicación se demuestre la posesión de una amplia información a la que se puede apelar ganando así efectividad ante una audiencia.

El uso de la memoria establece consideraciones relevantes en la preparación psicológica de la comunicación y su puesta en escena, y aunque está típicamente relacionada con el orador, es posible pensar también en la ayuda que recibirá el auditorio para retener en su mente las cosas enunciadas. En este sentido resulta propicio saber que la comunicación tiene, como señala la pragmática, temas (cosas que están previamente establecidas en el contexto), remas (cosas que resultan nuevas) y focos (elementos que se subrayan como relevantes). Así mismo Perelman habla de “la plasticidad de las nociones” aludiendo a que las palabras tienen tonos y matices distintos. El balance correcto de un discurso entre los temas, los remas, los focos, las pausas y las imágenes de descripción (écfrasis), por ejemplo, son instancias que ayudan a la memoria a retener las ideas principales. Esta función esencial de la memoria puede estar también presente en la música o en la disposición urbana: por ejemplo si en una ciudad se colocan construcciones emblemáticas en ciertos lugares (glorietas, kioskos, relojes, monumentos, etcétera) es más fácil que la audiencia recuerde la ubicación de las cosas por su relación con estos “focos”: curiosa y poderosa devolución de la noción de lugar a su contexto físico originario, nos acordamos de las cosas por el lugar que ocupaban.

El Obelisco, lugar de referencia obligado en la ciudad de Buenos Aires.


La Acción
También conocida como la Actio, la Acción es otra de las cinco partes de la retórica que, junto con la Elocutio, tiene que ver más con el CÓMO que con el QUÉ de la actuación retórica. En la antigüedad se refería a los gestos, formas de vestir o la escenenografía que envuelven al orador con propósitos persuasivos. Por ello se relaciona sobre todo con ethos o con el pathos, el carácter de quien enuncia y las emociones que suscita. Como la Memoria, es otra de las partes de la retórica que menos tratamiento ha recibido en la actualidad. Sin embargo sabemos que la Acción o Puesta en Escena de los argumentos es fundamental, sobre todo en una época altamente tecnologizada, donde la definición de las pantallas, la viveza del color, la calidad de las impresiones o la riqueza de las texturas resultan imprescindibles para que los argumentos alcancen su objetivo. En el cine llamamos a eso “realización”, “postproducción”, que resultan hoy ser tan sofisticados como la Invención misma y por ello la Actio tendría que ser revitalizada como un elemento fundamental de la retórica contemporánea.

Consideraremos entonces como elementos cruciales de la vitalidad de la Acción retórica actual a los software especializados, a los micrófonos y cámaras de alta definición, a las aleaciones de plásticos y metales que permiten texturas sorprendentes, a las pantallas gigantes, a los refinados mecanismos de impresión, a las bocinas de alta fidelidad, a los logros técnicos de la alta costura, etcétera. Y con ello daremos una idea de la importancia de la última de las partes de la retórica, la Acción. Incluso podemos decir que hay una función análoga entre la Actio retórica y la Opsis (el espectáculo) al que se refiere Aristóteles en su Arte Poética, pues se sabe desde entonces que además del argumento de una obra dramática la escenografía resulta fundamental para tocar el alma del público. Hoy la Actio está conferida sobre todo a la alta tecnología, que será considerada como una parte fundamental de la persuasión.
Ve la calidad de las dos fotos digitales, tomadas ambas de sitios que venden equipo de encuadernación en interntet. ¿cuál de ellas preferirías adquirir?

1 comentario:

Estudiante dijo...

Hola, sabes llevo un par de años estudiando el problema retórico y nunca había visto esta clasificación. Comcluyo que es mas o menos una modificación de la retórica aristotélica, por lo mismo me llama la atención la aparición de estilo y memoria. Asimismo, no veo relación con la concepción moderna de propóstio, audiencia, tópico como componente de la retórica moderna. Por esto me gustaría mucho saber cuáles son tus fuentes bibliográficas para investigar más esta propuesta.