El concepto de sustentablidad es un buen ejemplo de cómo se forma un tópico y de las condiciones retóricas que ello implica. La sustentabilidad es un concepto del que suele hablarse ya en los núcleos de investigación, en las escuelas, en los gobiernos, en los ministerios de economía, en las convenciones internacionales, en los periódicos y la televisión, es motivo de carteles y conferencias, y normalmente la apelación a ella se considera un tema de interés común que atrae legitimidad a quien suscribe sus objetivos. Desde este punto de vista la noción de sustentabilidad tiene como primer mérito retórico el haber logrado persuadir a varios grupos acerca de la necesidad de hablar de ella y de analizar desde su óptica los sistemas humanos. Podemos decir que como resultado de las grandes problemáticas de nuestro tiempo, como son el calentamiento global, la polución urbana, el crecimiento de la pobreza, los desastres naturales o el desequilibrio ecológico, problemas todos ellos que se enmascaran dentro de la noción –esta sí más cándida y factual- de “globalización", la “sustentabilidad” ha logrado colocar otro centro de interés que equilibra en alguna medida la situación.
La primera gran cualidad retórica de estos términos es que alcanzan una gran generalidad, son aprehensibles como círculos completos de razonamientos con una sola palabra y generan poderosas imágenes capaces de incidir significativamente en el pensamiento colectivo. Su morfología es en este sentido fundamental: la globalización, con su declinación ejecutiva, da una imagen de ser un fenómeno consumado, fuera de discusión como realidad y como acontecimiento (como todas las palabras que terminan en “ización”: decisión, realización, consumación, determinación, etcétera. No es un ismo (una creencia de algunos) ni tampoco una posibilidad (como sucedería si se llamara ‘globalidad’), el término consigna un hecho y ya, dejando la calificación para después. Quienes bautizaron este concepto atinaron a encontrar la forma exacta para sus fines, y por ello diremos que la morfología de las palabras tiene precisiones concretas para realizar su función persuasiva.
Con la sustentablidad sucede algo distinto. No le llamamos sustentación, ni sustentabilismo, sino, a semejanza de sus palabras hermanas factualidad, posiblidad, caducidad, declinabilidad o disponibilidad, su morfología relata una condición latente que es posible desarrollar o no, una habilidad que puede ponerse a prueba o generarse si se quiere. Es como decir que podemos profesar la hermandad o la solidaridad (donde podemos comenzar a ver de dónde proviene su tópica, más vinculada a la vocación por un valor, al ideal de algo que podría llevarse a cabo). Estas palabras ambas han sido creadas por los hombres, son piezas de lenguaje diseñadas y por lo tanto construcciones sociales, no las sembraron los dioses para que nosotros viniéramos al mundo a descubrirlas. Y encierran intereses concretos, independientemente de que sean legítimos o no.
La sustentabilidad reenfoca pues, para la discusión retórica de nuestro tiempo, el centro de la cuestión e intenta competir con el otro gran tópico contemporáneo de la globalización, actuando de una forma tan global como su competidora, pues igual que ella está en todo el mundo (lo que es una condición necesaria para una controversia competitiva)- y que sustituye a las dicotomías pasadas entre socialismo y capitalismo, norte y sur, desarrollo y subdesarrollo, primer mundo y tercer mundo, etcétera, poniendo ahora en el eje de la discusión la relación de las generaciones presentes con las futuras, la justicia intergeneracional, que parece ser un principio irrefutable.
Sin embargo no todo termina ahí. La sustentabilidad navega sanamente siempre que se mantiene en la generalidad (donde no genera controversia). Pero como señala Chaim Perelman en su Tratado de la argumentación (Gredos, Madrid, 1989), las nociones se vuelven controvertibles cuando se pasa a la particularización y a la especificación (que es donde se abren los verdaderos núcleos del interés). Todos estamos de acuerdo en fomentar la responsabilidad en el trabajo, pero nuestros acuerdos se acaban cuando se pasa al quién, cómo, cuándo. Ese es justamente el problema que la noción de sustentabilidad afronta, problema que ha terminado por hacer que este concepto (pretendidamente científico, académico y político) entre en una profunda crisis. Primero porque grupos antagónicos se han apoderado de él de diversa manera: los empresarios gustan hablar de “desarrollo sustentable” (pretenden seguir construyendo ciudades con justicia económica y protección ambiental, pero seguir construyendo) mientras que para otros la noción de “desarrollo sustentable” es más bien un oxímoron, es decir, que son conceptos que se excluyen. Por ello el concepto de sustentabilidad se ha deslavado en varios ámbitos, se habla de sustentabilidad financiera (si el negocio sale bien) de sustentabilidad económica (si las reservas crecen) pero otros grupos, más bien antagónicos a los anteriores, hablan de sustentabilidad ambiental o sustentabilidad social. El punto es que apelando a la misma noción (legítima) de sustentabilidad se impulsan opiniones que chocan una con otra (cuando hay que decidir si es necesario construir una carretera, por ejemplo) y así, en las situaciones argumentativas, el tópico no resuelve la controversia sino que la desplaza a otros planos.
Tarla Rai Peterson ha realizado un estudio donde el fondo retórico de esta problemática queda al descubierto. En su libro Sharing the Earth: The Rhetoric of Sustainable Development (University of South Carolina Press, 1997) documenta a partir de un amplio trabajo de campo cómo diversas comunidades interponen necesidades, motivos y aspiraciones distintas cuando confrontan la necesidad de tomar acciones sustentables, aspiraciones que incluso consideran más relevantes que las propiamente ambientales, pues tienen que ver con su cultura, su identidad, sus tradiciones, etcétera. De modo tal que, pese a la enorme importancia que tiene un tópico como éste en nuestro mundo contemporáneo, estamos en esta discusión como al principio, en el inicio apenas de una controversia, lo que implicará desarrollar más profundamente una noción como esta.
Por cierto que al tratar el tópico recuerdo que un día intenté en un congreso dar relieve a la idea de “comunicación sustentable” (sobre todo ahí donde los diseñadores gráficos creían que la sustentabilidad era solamente hacer carteles con temas ecológicos o bien maestros en la digitalización que consideraban que la contaminación que se produce al hacer un CD era mínima): mi idea entonces era demostrar que los argumentos que proponemos ahora serán la base de las creencias y la educación del futuro, no importando en qué formato lo hiciéramos. Y entonces los diseñadores tendrían una larga tarea que desarrollar con este tópico. Por ejemplo, en el cartel que se muestra a continuación podríamos preguntarnos ¿realmente la metáfora de 'un mundo que se derrite como un helado' persuadirá a quien corresponda para que se tomen las decisiones que se requieren para detener el calentamiento global? ¿o necesitamos afinar las decisiones retóricas de nuestros argumentos visuales? Dejamos al lector esta tarea. Lo cierto es que pocas nociones necesitan hoy en día tanta sustentación como la noción misma de sustentabilidad.
La primera gran cualidad retórica de estos términos es que alcanzan una gran generalidad, son aprehensibles como círculos completos de razonamientos con una sola palabra y generan poderosas imágenes capaces de incidir significativamente en el pensamiento colectivo. Su morfología es en este sentido fundamental: la globalización, con su declinación ejecutiva, da una imagen de ser un fenómeno consumado, fuera de discusión como realidad y como acontecimiento (como todas las palabras que terminan en “ización”: decisión, realización, consumación, determinación, etcétera. No es un ismo (una creencia de algunos) ni tampoco una posibilidad (como sucedería si se llamara ‘globalidad’), el término consigna un hecho y ya, dejando la calificación para después. Quienes bautizaron este concepto atinaron a encontrar la forma exacta para sus fines, y por ello diremos que la morfología de las palabras tiene precisiones concretas para realizar su función persuasiva.
Con la sustentablidad sucede algo distinto. No le llamamos sustentación, ni sustentabilismo, sino, a semejanza de sus palabras hermanas factualidad, posiblidad, caducidad, declinabilidad o disponibilidad, su morfología relata una condición latente que es posible desarrollar o no, una habilidad que puede ponerse a prueba o generarse si se quiere. Es como decir que podemos profesar la hermandad o la solidaridad (donde podemos comenzar a ver de dónde proviene su tópica, más vinculada a la vocación por un valor, al ideal de algo que podría llevarse a cabo). Estas palabras ambas han sido creadas por los hombres, son piezas de lenguaje diseñadas y por lo tanto construcciones sociales, no las sembraron los dioses para que nosotros viniéramos al mundo a descubrirlas. Y encierran intereses concretos, independientemente de que sean legítimos o no.
La sustentabilidad reenfoca pues, para la discusión retórica de nuestro tiempo, el centro de la cuestión e intenta competir con el otro gran tópico contemporáneo de la globalización, actuando de una forma tan global como su competidora, pues igual que ella está en todo el mundo (lo que es una condición necesaria para una controversia competitiva)- y que sustituye a las dicotomías pasadas entre socialismo y capitalismo, norte y sur, desarrollo y subdesarrollo, primer mundo y tercer mundo, etcétera, poniendo ahora en el eje de la discusión la relación de las generaciones presentes con las futuras, la justicia intergeneracional, que parece ser un principio irrefutable.
Sin embargo no todo termina ahí. La sustentabilidad navega sanamente siempre que se mantiene en la generalidad (donde no genera controversia). Pero como señala Chaim Perelman en su Tratado de la argumentación (Gredos, Madrid, 1989), las nociones se vuelven controvertibles cuando se pasa a la particularización y a la especificación (que es donde se abren los verdaderos núcleos del interés). Todos estamos de acuerdo en fomentar la responsabilidad en el trabajo, pero nuestros acuerdos se acaban cuando se pasa al quién, cómo, cuándo. Ese es justamente el problema que la noción de sustentabilidad afronta, problema que ha terminado por hacer que este concepto (pretendidamente científico, académico y político) entre en una profunda crisis. Primero porque grupos antagónicos se han apoderado de él de diversa manera: los empresarios gustan hablar de “desarrollo sustentable” (pretenden seguir construyendo ciudades con justicia económica y protección ambiental, pero seguir construyendo) mientras que para otros la noción de “desarrollo sustentable” es más bien un oxímoron, es decir, que son conceptos que se excluyen. Por ello el concepto de sustentabilidad se ha deslavado en varios ámbitos, se habla de sustentabilidad financiera (si el negocio sale bien) de sustentabilidad económica (si las reservas crecen) pero otros grupos, más bien antagónicos a los anteriores, hablan de sustentabilidad ambiental o sustentabilidad social. El punto es que apelando a la misma noción (legítima) de sustentabilidad se impulsan opiniones que chocan una con otra (cuando hay que decidir si es necesario construir una carretera, por ejemplo) y así, en las situaciones argumentativas, el tópico no resuelve la controversia sino que la desplaza a otros planos.
Tarla Rai Peterson ha realizado un estudio donde el fondo retórico de esta problemática queda al descubierto. En su libro Sharing the Earth: The Rhetoric of Sustainable Development (University of South Carolina Press, 1997) documenta a partir de un amplio trabajo de campo cómo diversas comunidades interponen necesidades, motivos y aspiraciones distintas cuando confrontan la necesidad de tomar acciones sustentables, aspiraciones que incluso consideran más relevantes que las propiamente ambientales, pues tienen que ver con su cultura, su identidad, sus tradiciones, etcétera. De modo tal que, pese a la enorme importancia que tiene un tópico como éste en nuestro mundo contemporáneo, estamos en esta discusión como al principio, en el inicio apenas de una controversia, lo que implicará desarrollar más profundamente una noción como esta.
Por cierto que al tratar el tópico recuerdo que un día intenté en un congreso dar relieve a la idea de “comunicación sustentable” (sobre todo ahí donde los diseñadores gráficos creían que la sustentabilidad era solamente hacer carteles con temas ecológicos o bien maestros en la digitalización que consideraban que la contaminación que se produce al hacer un CD era mínima): mi idea entonces era demostrar que los argumentos que proponemos ahora serán la base de las creencias y la educación del futuro, no importando en qué formato lo hiciéramos. Y entonces los diseñadores tendrían una larga tarea que desarrollar con este tópico. Por ejemplo, en el cartel que se muestra a continuación podríamos preguntarnos ¿realmente la metáfora de 'un mundo que se derrite como un helado' persuadirá a quien corresponda para que se tomen las decisiones que se requieren para detener el calentamiento global? ¿o necesitamos afinar las decisiones retóricas de nuestros argumentos visuales? Dejamos al lector esta tarea. Lo cierto es que pocas nociones necesitan hoy en día tanta sustentación como la noción misma de sustentabilidad.
1 comentario:
Posible aportación: Para Leff, especialista en el tema de sustentabilidad (y quien desde un contexto muy distinto llega a un resultado no distante de éste análisis) sería "comunicación sostenible". Sustentabilidad para es considerar el límite ecológico que sustenta la vida, la economía, la producción. Sostenibilidad se refiere a la posible perdurabilidad de los procesos productivos, económicos o de vida humana en el tiempo.
Bere Tapia
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