El marxismo es uno de los paradigmas centrales no sólo en la prensa y los partidos de izquierda, sino en el ámbito académico, especialmente en la crítica económica y social. Sin duda el marxismo es el modelo teórico más completo que se haya hecho sobre los fundamentos del trabajo, de la apropiación de los bienes y de la justicia social. Nada caracteriza mejor a las falacias sobre las que se asienta el aparente encanto de la burguesía que el análisis radical del capitalismo, un sistema que genera pobreza, desigualdad, que ha puesto en riesgo la estabilidad ecológica del planeta y que ha difundido una cultura banal en todas las regiones donde impera. Los marxistas han aprendido a “desentrañar” las perniciosas raíces del deseo de poder que están detrás de todo tipo de fenómenos, de la literatura a la tecnología, de la política a la sociología, y su plataforma de ataque es básicamente la crítica. Para ejercerla los marxistas han debido afrontar lecturas complicadas, intrincados argumentos, complejísmos modelos de análisis; están listos siempre para resolver las ecuaciones sociales más difíciles y sabias para señalar el camino a la libertad. Pero donde falla es en la capacidad de acción, en la capacidad de persuadir; siempre podemos hacernos la pregunta: ¿Por qué si el proyecto que impulsa el marxismo es tan conveniente para la sociedad en su conjunto los ciudadanos no lo adoptan con entusiasmo y de forma inmediata?
Al parecer un principio para resolver esta pregunta es plantear la deuda que el Marxismo tiene con la tradición argumentativa, con la Retórica y con las Humanidades. No es incomprensible que El Capital haya despreciado esta tradición, sobre todo cuando es un texto que fue escrito en una época donde la Retórica fue más atacada que nunca. El Capital opta por la vía de la cientificidad, lo que implica una idea aún positivista del lenguaje y de la cultura, ya que pretende que la explicación material y económica de los hechos sociales es suficiente, además de que enfoca la argumentación sólo a las clases proletarias, como si ellas constituyeran el único marco de referencia existente. El ámbito económico es decisivo, pero sin duda no es lo único que está en la mente de la gente. Normalmente los interesados en construir relatos, imágenes, en hacer música o en comprender la emoción que produce una pieza arquitectónica o un platillo exquisito no reciben del marxismo más que la idea de que operan con una “falsa conciencia”, con una “ideología”. Y entonces otras dimensiones esenciales de la naturaleza humana (como las que la Retórica intentaba reconocer) quedaban opacadas con esta ciencia positiva de la economía. ¿Qué podría decir el marxismo, por ejemplo, de la sofisticada composición arquitectónica de las pirámides mayas? ¿realmente serían sólo expresiones de los mitos precapitalistas? ¿No hay ahí también una petición de principio?
Si la carencia fundamental del modelo marxista es su no reconocimiento de la tradición retórica-humanística, luego entonces su falla está en su desconocimiento de la argumentación, de su propia argumentación frente a los demás, incluso. Ciertamente El Capital tiene una estrategia argumentativa ardua (muy retórica incluso, pues su estategia es plantear, como la Biblia, que exisitíó un paraíso –el comunismo primitivo– que después vino una corrupción –el dinero–, cuyo reinado terminó por generar un apocalipsis –el capitalismo– que requiere de un redentor –el proletariado o el partido– para volver al paraíso inicial –el socialismo), pero ¿frente a qué auditorio argumenta? ¿con qué capacidad persuasiva? La Iglesia Medieval, al intentar difundir la teología, por ejemplo, percibió que la Retórica era necesaria para ese fin, tanto que terminó por moldearse con ella, pero el marxismo desconoció esta necesidad. El marxismo trata de rehuír a toda metáfora, pero no puede escapar de ellas. En un momento Marx utiliza una, pero la toma del lenguaje religioso (dice que el dinero es una cosa “endemoniada”) es decir toma una pequeña pizca del opio que se propone rechazar, y esta metáfora le parece necesaria después de sus largas demostraciones económicas sobre el valor y la plusvalía.
Jim Auné, en un libro que afronta el tema (Rhetoric and Marxism, Boulder, Westview, 1994.) sostiene que la contradicción nuclear del marxismo está en la ausencia de la Retórica –la comprensión de la audiencia, de la elocuencia, de la persuasión. Su escritura antiretórica, dice, da como resultado “una implícita teoría del lenguaje y de la comunicación que es una inestable mezcla del expresionismo y del sueño positivista de una comunicación perfectamente transparente” (p.143) Por otra parte se plantea la cuestión de cómo persuadir a la audiencia si no se incluye en su audiencia mas que a la clase trabajadora. El marxismo requería otras mediaciones, otras apelaciones, pero su vertiente ortodoxa lo impidió. Tampoco estuvo presente en Lenin, Lukács o Gramsci, pues aunque con ellos se plantea la idea de hegemonía más que de pura dominación (que implica posibilidades de argumentación y refutación) o de la necesidad de hacer participar al intelectual en la mediación (lo que supone también la participación del ámbito persuasivo) ellos no ofrecen formas teorizadas de cómo construir esta habilidad persuasiva para incidir de forma alternativa en los escenarios políticos.
La carencia del marxismo respecto a la argumentación persuasiva, que termina por fincar una ortodoxia crítica (y varios catecismos para hablar contra la lucha de clases) favorece a su vez el ocultamiento de otros aspectos fundamentales. En América Latina, por ejemplo, los tópicos marxistas a los que siempre apelan las izquierdas sirven a menudo para ocultar otras irresponsabilidades, otras incapacidades e incluso otras formas de corrupción; otras falacias, en suma, que su discurso impide ya consignar. Cuando todo es producto de la perversión capitalista, de la enajenación de los que tienen el poder sobre los medios, de la dominación aplastante de los norteamericanos, no se nos invita sino a inmovilizarnos, a descreer de nuestra propia capacidad productiva, de nuestra necesidad imperiosa de desarrollar la Invención para nuestros propios propósitos económicos o educativos, de la capacidad argumentativa que necesitamos desarrollar para ejercer inteligentemente el lenguaje y construir así nuestra autonomía, la cual no se compondrá sólo de estructuras económicas, aunque las incluye. Tendremos que apropiarnos así de las capacidades retóricas para aprender a persuadir a futuras audiencias. Es la revolución blanca de la argumentación, que se compone de pequeños golpes de estado, hechos de palabras e imágenes elocuentes para dar forma a nuestros propios intereses como grupos sociales.
Al parecer un principio para resolver esta pregunta es plantear la deuda que el Marxismo tiene con la tradición argumentativa, con la Retórica y con las Humanidades. No es incomprensible que El Capital haya despreciado esta tradición, sobre todo cuando es un texto que fue escrito en una época donde la Retórica fue más atacada que nunca. El Capital opta por la vía de la cientificidad, lo que implica una idea aún positivista del lenguaje y de la cultura, ya que pretende que la explicación material y económica de los hechos sociales es suficiente, además de que enfoca la argumentación sólo a las clases proletarias, como si ellas constituyeran el único marco de referencia existente. El ámbito económico es decisivo, pero sin duda no es lo único que está en la mente de la gente. Normalmente los interesados en construir relatos, imágenes, en hacer música o en comprender la emoción que produce una pieza arquitectónica o un platillo exquisito no reciben del marxismo más que la idea de que operan con una “falsa conciencia”, con una “ideología”. Y entonces otras dimensiones esenciales de la naturaleza humana (como las que la Retórica intentaba reconocer) quedaban opacadas con esta ciencia positiva de la economía. ¿Qué podría decir el marxismo, por ejemplo, de la sofisticada composición arquitectónica de las pirámides mayas? ¿realmente serían sólo expresiones de los mitos precapitalistas? ¿No hay ahí también una petición de principio?
Si la carencia fundamental del modelo marxista es su no reconocimiento de la tradición retórica-humanística, luego entonces su falla está en su desconocimiento de la argumentación, de su propia argumentación frente a los demás, incluso. Ciertamente El Capital tiene una estrategia argumentativa ardua (muy retórica incluso, pues su estategia es plantear, como la Biblia, que exisitíó un paraíso –el comunismo primitivo– que después vino una corrupción –el dinero–, cuyo reinado terminó por generar un apocalipsis –el capitalismo– que requiere de un redentor –el proletariado o el partido– para volver al paraíso inicial –el socialismo), pero ¿frente a qué auditorio argumenta? ¿con qué capacidad persuasiva? La Iglesia Medieval, al intentar difundir la teología, por ejemplo, percibió que la Retórica era necesaria para ese fin, tanto que terminó por moldearse con ella, pero el marxismo desconoció esta necesidad. El marxismo trata de rehuír a toda metáfora, pero no puede escapar de ellas. En un momento Marx utiliza una, pero la toma del lenguaje religioso (dice que el dinero es una cosa “endemoniada”) es decir toma una pequeña pizca del opio que se propone rechazar, y esta metáfora le parece necesaria después de sus largas demostraciones económicas sobre el valor y la plusvalía.
Jim Auné, en un libro que afronta el tema (Rhetoric and Marxism, Boulder, Westview, 1994.) sostiene que la contradicción nuclear del marxismo está en la ausencia de la Retórica –la comprensión de la audiencia, de la elocuencia, de la persuasión. Su escritura antiretórica, dice, da como resultado “una implícita teoría del lenguaje y de la comunicación que es una inestable mezcla del expresionismo y del sueño positivista de una comunicación perfectamente transparente” (p.143) Por otra parte se plantea la cuestión de cómo persuadir a la audiencia si no se incluye en su audiencia mas que a la clase trabajadora. El marxismo requería otras mediaciones, otras apelaciones, pero su vertiente ortodoxa lo impidió. Tampoco estuvo presente en Lenin, Lukács o Gramsci, pues aunque con ellos se plantea la idea de hegemonía más que de pura dominación (que implica posibilidades de argumentación y refutación) o de la necesidad de hacer participar al intelectual en la mediación (lo que supone también la participación del ámbito persuasivo) ellos no ofrecen formas teorizadas de cómo construir esta habilidad persuasiva para incidir de forma alternativa en los escenarios políticos.
La carencia del marxismo respecto a la argumentación persuasiva, que termina por fincar una ortodoxia crítica (y varios catecismos para hablar contra la lucha de clases) favorece a su vez el ocultamiento de otros aspectos fundamentales. En América Latina, por ejemplo, los tópicos marxistas a los que siempre apelan las izquierdas sirven a menudo para ocultar otras irresponsabilidades, otras incapacidades e incluso otras formas de corrupción; otras falacias, en suma, que su discurso impide ya consignar. Cuando todo es producto de la perversión capitalista, de la enajenación de los que tienen el poder sobre los medios, de la dominación aplastante de los norteamericanos, no se nos invita sino a inmovilizarnos, a descreer de nuestra propia capacidad productiva, de nuestra necesidad imperiosa de desarrollar la Invención para nuestros propios propósitos económicos o educativos, de la capacidad argumentativa que necesitamos desarrollar para ejercer inteligentemente el lenguaje y construir así nuestra autonomía, la cual no se compondrá sólo de estructuras económicas, aunque las incluye. Tendremos que apropiarnos así de las capacidades retóricas para aprender a persuadir a futuras audiencias. Es la revolución blanca de la argumentación, que se compone de pequeños golpes de estado, hechos de palabras e imágenes elocuentes para dar forma a nuestros propios intereses como grupos sociales.
Cartel soviético para llamar a la batalla obrera. Una apuesta típica de composición. Observe cómo sus códigos visuales dependen de la apelación al pathos propio del expresionismo. ¿qué audiencias ha seleccionado para persuadir?
3 comentarios:
Alejandro, haré mi mejor esfuerzo por interiorizarme con tu blog. Creo que por diversos motivos hemos perdido la tradición del buen lenguaje, o mejor dicho de la claridad y la inclusividad de tal manera que la retórica he debido conformarse con figurar como truco para desviar la atención. Sabemos que no es así, pero son tareas que hace falta ponerlas al día, que le hagan sentido a quienes más la necesitan...
Respondiendo a tu comentario en mi blog, creo que estamos en algo parecido. Ocurre que en primer lugar a los diseñadores nos ha faltado honestidad para definir los roles que dcecimos cumplir en el mundo, un falso o vago sentido del "deber superior" suele enemistarse con el lucro o con hacer negocios de diseño o diseñar nuestro propio negocio, eso enferma al lenguaje de eufemismos y enmascara nuestra carencia de pericia en el mundo del dinero.
El dinero es un tema fundamental, pues es el único patrón válido para hablar de retorno o de inversión y riesgo. Y el diseño no conoce esa jerga, ergo creamos un espacio lingüítico que sólo es válido para nosotros e incorporamos tardíamente lo que el mercado nos pide, empobreciendo cada vez más lo que somos capaces de ofrecer al resto con algún grado de sentido (ese desfase nos deja hablando temas infinitos cuando ya la gente está en otra conversación).
Actualmente estoy diseñando estrategias para alinear acciones y conversar con sentido desde el diseño hacia el mercado, y se que alguien tiene que comprar el fruto de mis desvelos, pues si no es sustentable económicamente "no merece vivir" y punto.
Es el marco conceptual que elegí y que no es mejor ni peor que otros, sólo que en este momento veo en él ventajas comparativas favorables para mi crecimiento profesional.
¿No buscamos eso casi todos?
Un abrazo
AMT
Sigamos hablando por correo entonces. Slds. AMT
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