La Retórica ha estudiado por siglos este tropo, que es considerado esencial para realizar el ajuste que se requiere entre la expresión del pensamiento y las creencias de la audiencia, ya que lo que la ironía permite subrayar son los acuerdos que realmente subyacen al intercambio comunicativo.
La ironía requiere pues de una víctima, así como de una audiencia que es capaz de resolver la aparente incongruencia de un enunciado. Ambos, ironía y víctima, son interdependientes, ya que ironía depende de la ingenuidad de otros, del mismo modo como el escepticismo depende de la existencia de creyentes.
En su libro, The Compass of Irony (London, Methuen &. Co., 1969), D.C. Muecke señala que “la típica víctima de una situación irónica es fundamentalmente un inocente, de modo que la ironía de la mayoría de las situaciones irónicas es que éstas no pueden existir sin el alazon o charlatán complementario” (p. 30) La antigua comedia griega situaba a la figura del eiron como opuesta al del alazon, siendo éste último, según Aristóteles, aquél hombre que “se atribuye cualidades dignas de alabanza que realmente no tiene, o que tiene en menor grado del que alardea" (Aristóteles, Etica a Nicómaco 1127a 21). En la ironía el alazon o víctima es la persona que ciegamente asume algo y que no sospecha que las cosas puedan ser de otra forma, mientras que el irónico es el que aprovecha esa ocasión para recordar la falla, lo que le permite a la vez sugerir que frente al caso tiene un estatus de mayor valía.
A la ironía le concierne pues el mundo de los valores que deben actualizarse en las situaciones propicias y según Muecke “el objeto de la ironía puede ser una persona (incluyendo al propio ironista), una actitud, una creencia, una costumbre social, una institución, un sistema filosófico, una religión, una forma de civilización o la vida misma” (34)
En tanto que la ironía se gesta en el transcurrir del intercambio comunicativo, su proferición entraña una prosodia particular (como toda la actio retórica) Por ello el poeta Marcel Bernhardt, a fines de l siglo XIX, propuso una marca de puntuación para el enunciado irónico, que consiste en una especie de signo de interrogación pequeño y volteado, y que sería llamado signo de ironía (؟). Bernhardt a su vez seguía a Havré Bazín, quien a su vez había creado otros signos de puntuación innovadores, tales como los signos de duda, certeza, aclamación, autoridad, indignación y amor. He aquí diferentes versiones del signo de ironía:

Para emplear este signo, tendríamos que hacerlo así:
Si el amor es ciego, porqué el diseño de ropa íntima es tan popular؟
Sin embargo, el uso de estos signos es bastante extraño, la ironía tiende más bien a marcarse con otras formas, utilizando por ejemplo las comillas (-está “bien sano” este amigo-) o cursivas ("fueron las elecciones más transparentes de la historia"). En otros casos los internautas utilizan caritas (emoticons) para marcar estas intenciones.
La víctima, por su parte, puede saber o no que se encuentra en una situación irónica.
A su vez Wayne C. Booth, partiendo a su vez de Muecke, señala en The Rhetoric of Irony (Chicago, University of Chicago Press, 1974) que la ironía es un instrumento que “forma comunidad”, en el sentido de que es una manera de manifestar dónde debe estar el consenso. Cuando analizamos quiénes son los participantes dentro de ese acto social que llamamos ironía, observamos que “la relación entre el ironista y sus audiencias es política por naturaleza, ya que, a la vez que provoca risa, la ironía invoca nociones de jerarquía y subordinación, juicio e incluso de superioridad moral." (17)
Así, la ironía, para tener éxito, implica dos audiencias: aquéllos que reconocen el juego irónico y están dispuestos a divertirse con él, y aquéllos que son el objeto de la sátira y que son engañados por ella (además de la existencia del alazon) Para Both, hay cinco circunstancias por las que una persona puede ser víctima de la ironía: por ignorancia, por inhabilidad, por prejuicios, por inexperiencia y por sentimentalismo o inadecuación emocional.
La Retórica a su vez clasificó los diferentes tipos y procedimientos irónicos. Hay por ejemplo tres tipos de ironía:
Ironía verbal: cuando un autor dice algo para significar lo contrario.
Ironía dramática: cuando la audiencia percibe en una obra teatral o literaria que algo le sucede a un personaje pero éste lo ignora.
Ironía de situación: cuando se señala la discrepancia entre algo que es y lo que debiera ser.
Muchos fotógrafos y caricaturistas, sea por que retratan o porque diseñan deliberadamente una situación, o porque usan los tópicos de la imagen o vinculan los tópicos literarios con los visuales, se sirven de la ironía para actuar frente a lo real, como sucede en las series del fotógrafo Chema Madoz:
Observemos ahora la imagen siguiente, donde el fotógrafo halla en un pueblo del norte de México una escena irónica. Es una ironía situacional, donde vemos tres instancias: primero la escena en sí (donde las víctimas son personas que han hecho algo pretencioso), segundo, el ironista como fotógrafo (y donde su agencia consiste en advertir la anomalía y encuadrarla con su objetivo) y tercero, el “nosotros” como audiencia (que somos quienes debemos reconocer la incompatibilidad entre lo que es y lo que debiera ser):
Esa ironía es a su vez diferente a la siguiente, hecha por un caricaturista, y donde, para resolver el enunciado como irónico debemos conocer el spot de televisión que hiciera el entonces candidato a la presidencia Roberto Madrazo (donde pretendía espantar a los delincuentes, amenazándolos hasta hacerlos orinar). La ironía no sería percibida ni siquiera en otro país hispanoablante, por ejemplo, de modo que vemos cómo la participación de la audiencia (sea general o particular) es imprescindible para el enunciado irónico:
La ironía tiene entonces varios procedimientos: La antífrasis, cuando se da a algo un nombre que indique las cualidades contrarias (llamar “flaquita” a una gorda), el asteísmo, cuando se finge un vituperio para alabar con más finura (“casi no sabes nada” a un letrado), el carientismo, cuando se usan expresiones que suenan verdaderas o serias para burlarse (“es una finísima persona” ante un ladino), clenasmo, que consiste en atribuir a alguien buenas cualidades que nos convienen, y a nosotros, sus males cualidades (“Tu vigoroso estado atlético contrasta con mi débil figura”, cuando en realidad es al revés), diarismo, humillar la vanidad del otro recordándole cosas de las que debe avergonzarse (“muy catrín pero abajo traes tus tirantes para que no se te caigan los pantalones”), mimesis, imitación de alguien a quien se quiere ridiculizar; sarcasmo, cuando la burla es tal y tan cruel que se convierte en insulto; la meiosis, atenuación que rebaja exageradamente la importancia de algo que en verdad la tiene; auxesis, lo opuesto a la meiosis, tipo de hipérbole irónica que confiere una importancia desmedida a algo trivial o despreciable; la tapínosis, utilizar palabras que rodean lo que se quiere decir para rebajar la importancia de algo (“muchachito, es hora de que contestes” dicho a una persona mayor).La ironía es pues un tropo involucrado con el contexto comunicativo que implica un sentido literal y un sentido segundo, intencional. El Ggrupo μ lo clasifica por ello dentro de los metalogismos, pues las figuras de este grupo se estructuran sobre la relación del lenguaje con su referente, que en éste caso es equívoca. Tal definición esta presente en el siguiente cartel, que invita a que pensemos en que una zona fuera de la ironía sería donde no existen “segundos sentidos” tras las palabras.

Sobre esta base se desarrolla así la noción claramente establecida de que la modulación de la voz oral y la voz musical persuaden a partir de que colocan las ideas en función de la producción de las





Aristóteles trató el tema en su Poética. Decía que la Mimesis es una forma natural de aprender, algo que hacemos desde niños: utilizar el palo de la escoba como caballo, por ejemplo. Llevado al arte, el mecanismo de la Mimesis se convierte en un tratamiento depurado, utilizable para la deliberación persuasiva o para el teatro. De hecho de su cultivo surge una disciplina como la Mímica, que es el arte de ver lo que no hay a través de los movimientos del cuerpo, es decir, la Mimesis está más relacionada con la ilusión que con la verdad. Aristóteles decía por ello que el arte de la Mimesis tiene tres principios:
Tal es el efecto de la Mimesis, generar un modelo visual para la argumentación. Este artificio es milenario y siempre provee un poder considerable. Una de las primeras técnicas visuales sofisticadas para persuadir con ayuda de la Mimesis fue la invención del óleo, ya que la textura y color de los aceites daba una sensación de presencia absoluta a aquello que se pintaba. Los habitantes de las ciudades renacentistas tendrían pocas objeciones al relato de Cristo hecho por los teólogos ya que no sólo las retículas de las ciudades, las torres de las iglesias o los campanarios estaban hechos conforme al canon divino e impregnaban la vida cotidiana, sino que además las escenas de la crucifixión “las habían visto” en los cuadros. Cristo, por otra parte, como la ballena de la que hablamos antes, no se habría parecido fisonómicamente en nada al rostro canónico con el que era pintado, pero cuando hablamos de Mimesis hablamos de techné y no de verdad:
Los últimos tiempos han dado un cauce vertiginoso al viejo arte de la Mimesis, a partir del desarrollo de la tecnología. Tanto el internet como el cine, la televisión o la animación por computadora, hacen que el placer cognitivo de las técnicas miméticas jueguen un papel considerable en las formas de persuasión. La publicidad es otro de los géneros, por cierto, que mayor explotación hace de este artificio retórico que, como decía Aristóteles, genera un placer por sí mismo independientemente de lo que contiene. Tal cosa es motivo además de una constante exploración:
En la prensa y las noticias la mimesis forma parte de la argumentación ahí donde se apela a la existencia de los “hechos”. Los titulares declaran y las fotografías “muestran”. Y realmente hemos terminado por no creer en lo que no se ve (recuerden las tomas en vivo del bombardeo a Irak o las escenas filmadas del ataque a las torres gemelas). Toda nuestra industria periodística parece estar basada en la explotación de este artificio retórico. Y con todo, sabemos que, sin negar la facultad documental de las imágenes de prensa, los usos discursivos de las mismas siempre están a disposición de una interpretación, lo mismo que el fotógrafo, que necesita esquemas para ver lo que ve y para decir lo que tiene que decir, acto que, por supuesto, nunca es inocente.