lunes, 26 de febrero de 2007

Retórica y poesía

Si normalmente asumimos que la relación entre retórica y poesía se debe a que comparten sobre todo el uso de metáforas y figuras de sonido/sentido –lo cual, por cierto, no parece descabellado debido al prominente empleo que se hace de éstas en el lenguaje poético– lo cierto es que la retoricidad de la poesía se ubica también en la posición argumentativa de la invención frente a una situación histórico cultural determinada: la poesía hace un uso privilegiado de las figuras, procede a hablar de lo real a través de imágenes, de sensaciones acuñadas en el ritmo, el sonido, del discurso paralelo; los estructuralistas (Jackobson el primero) llamaron por ello función poética a aquella dimensión del lenguaje donde la propia sustancia física de los signos parece cobrar una especial relevancia más allá de los aspectos del sentido o de la referencia. Sin embargo la selección de imágenes y metáforas, enraizada en una necesidad de distribución o redistribución tópica, apunta también a dar posición en el universo de la imaginación –y por tanto también en las circunstancias de la polis- a recorridos interpretativos que postulan un diálogo específico de sujeto con su colectividad.
Veamos este problema por ejemplo en un poema de Octavio Paz, titulado "Viento, agua, piedra". En este texto observamos cómo tres elementos de la naturaleza se determinan mutuamente, en una especie de condición circular, mostrando que lo que por un lado parece ser una fuerza, por otro se desvanece al estar relacionado con sus opuestos. Paz condensó brillantemente esa idea, que por estar enraizada en la índole de los Elementos parece natural y universal, a través de cuatro cuartetos simétricos hechos a partir del verso octosílabo que sorprenden por su concisión formal:

Viento, agua, piedra
oooooooooa a Roger Caillois

o
El agua horada la piedra,
el viento dispersa el agua,
la piedra detiene al viento.
Agua, viento, piedra.
o
El viento esculpe la piedra,
la piedra es copa del agua,
el agua escapa y es viento.
Piedra, viento, agua.
o
El viento en sus giros canta,
el agua al andar murmura,
la piedra inmóvil se calla.
Viento, agua, piedra.
o
Uno es otro y es ninguno:
entre sus nombres vacíos
pasan y se desvanecenagua, piedra, viento.
ooooooooooOctavio Paz
oo
Pero Paz no está sólo hablando de la naturaleza. Su hallazgo formal y temático parte de una lectura filosófica del debate político y cultural, en los que él ve una circularidad de los opuestos y una imposibilidad de cambio, o una inutilidad de la dialéctica y por tanto una imposibilidad de la transformación. Tal argumento está presente no sólo en este texto sino que este tópico de la circularidad aparece en varios de sus poemas así como subyace también en la lógica de la mayoría de sus ensayos (como El laberinto de la soledad o Las trampas de la fe, texto éste último que aprovechaba la figura de Sor Juana para, de paso, decir casi explícitamente que México necesistaba al PRI irremediablemente). El poema "Viento, agua piedra" recuerda por ello la crítica que Jorge Aguilar Mora hiciera en 1978 respecto a circularidad filosófica que persiste en El Laberinto de la Soledad, donde, en palabras de Mora, “el pensamiento de Paz renuncia a la posibilidad de secuencia, suspendiéndose en el paradigma del presente eterno” (Aguilar Mora, Jorge. La divina pareja: Historia y mito en Octavio Paz. México: El Colegio de México, 1978, p. 17). Los signos de inmovilidad y de desactivación de la diferencia están presentes por ello en las propias palabras de Paz sobre su poética, como se ve por ejemplo en la reflexión que el autor hace sobre el valor de metáfora y la analogía en Los hijos del limo, donde ve a éstas como un “juego” que no incide en la identidad y la comprensión, haciendo que tales figuras se reduzcan pues a un mero artificio formal con las que ‘aprendemos’ a aceptar las diferencias y la hetorogeneidad (haciendo tolerable su existencia) pero donde la identidad no se afecta (sic). He aquí las palabras de Paz:

[...] es la metáfora en la que la alteridad se sueña unidad y la diferencia se proyecta ilusoriamente como identidad. Por la analogía el paisaje confuso de la pluralidad y la heterogeneidad se ordena y se vuelve inteligible; la analogía es la operación por medio de la que, gracias al juego de las semejanzas, aceptamos las diferencias. La analogía no suprime las diferencias: hace tolerable su existencia [...] La analogía dice que cada cosa es la metáfora de otra cosa, pero en la esfera de la identidad no hay metáforas: las diferencias se anulan en la unidad y la alteridad desaparece. (Los hijos del limo, Seix Barral, Barcelona 1974)
o
Es por ello que la crítica hacia Paz se volvió tan célebre como el propio poeta, y como señala Leonel Delgado Aburto, otro crítico nicaragüense, Paz es un ejemplo de la postura inmovilista que caracteriza a la mayoría de los intelectuales latinoamericanos. La problemática retórica de las imágenes poéticas abarca pues estos aspectos. Las metáforas no son sólo dispositivos formales para la estética formal sino que sus direcciones simbólicas acompañan intenciones de lectura, intenciones que no son sólo poéticas. La selección de las metáforas y sus cualidades son pues determinantes, son una agencia humana que lleva una intención y que implica un control de sus direcciones y sus consecuencias. Las diferencias y la heterogeneidad afectan la identidad. Por ejemplo, es cierto y es revelador observar que en efecto ‘la piedra es copa del agua’, pero por alguna razón no se muestran otras posibilidades, como que ‘el agua limpia la piedra o que la piedra aprisiona al agua’, lo cual también sería verosímil pero daría lugar a otras diferencias y heterogeneidades, que Paz trata aquí de anular. Darse cuenta de ello es primordial en el análisis retórico, pues la retórica es la disciplina que versa sobre la toma de decisiones y sus consecuencias para la polis.