Es común que la tradición filosófica occidental desprecie la enseñanza de los sofistas y retóricos. Ellos descubrieron que el orden social y la naturaleza de las instituciones no habían sido creados por los dioses, sino que eran producto de las convenciones históricas. Dieron pauta así a la posibilidad de un constante cambio, que depende del desarrollo del lenguaje, la personalidad y del estilo. Demostraron que la verdad se construye, que la polis se moldea, que las creencias son producto de la argumentación y que el lenguaje es producto del contrato social. Procuraron así el desarrollo de la techné, es decir, de la enseñanza liberal que dota al sujeto de los elementos para deliberar por sí mismos sobre todo tipo de cuestiones, y percibieron las enormes consecuencias prácticas de su teoría.
Surge de ahí la sociedad sofisticada, es decir la que da aplicaciones prácticas al saber. La sofisticación, producto también de la democracia ateniense, es un concepto que proviene de los sofistas, y uno de sus productos fundamentales es la Retórica, el arte de la invención y la persuasión. El principio de este sistema de pensamiento consiste en advertir que los hombres no son seres racionales, sino que a menudo también son presas de sus emociones y sus deseos, que la contradicción los habita y que por definición el hombre es ese agente en constante deliberación consigo mismo y con los demás que no siempre es consistente, pues una cosa es lo que dice, otra lo que piensa y otra lo que hace. De ahí la necesidad imperante de erguir una propedéutica para la deliberación y la acción.
La sociedad tecnológica es uno de los productos contemporáneos de las tesis de los antiguos. La tecnología es la conquista del saber aplicado a la práctica, es el conocimiento de las técnicas con que se organiza lo real (el logos de la techné). Gorgias, Protágoras, Isócrates, Córax, Tisias, fudadores del modelo de la retórica postularon así los principios que rigen a la sociedad sofisticada: el principio de ambiguedad (pues en el mundo artifical las cosas no son como son por necesidad sino por convención, y si vemos la sociedad sofisticada observamos que las cosas no son nunca lo que parecen, sino son sólo lo que parecen) el principio de estructura (pues toda acción o toda institución establecen un esquema para funcionar, producto de las convenciones: por tanto pueden cambiar) el principio de control (ya que la polis se conduce de acuerdo a las estructuras existentes, que por definición no son necesarias sino posibles). Son retóricos entonces el organigrama de una institución, un programa de estudios, la estructura de una novela, la disposicion arquitectónica de un edificio, etcétera, y todos ellos proceden de lugares de pensamiento que una vez realizados conducen la acción.
Cinco máximas se desprenden de este pensamiento, y que refutan las máximas de la Filosofía. Pues ahí donde la Filosofía postula que las palabras son reales, que las imágenes son apariencias (y véase el constante ataque que se hace a las imágenes desde Platón hasta Giovanni Sartori), que la información es un bien ético, que el cambio es controlable y que la verdad es alcanzable, la Retórica plantea que las palabras son herramientas (y siempre metafóricas), que las imágenes son reales (pues en cuanto aparecen son ya un dato fenoménico de la realidad, y sólo se piensa en lo que aparece), que la información es poder, el cambio es invevitable y la verdad es relativa.
Tales son pues las pautas de nuestra sociedad sofisticada. Para una mayor comprensión de este tema véase el libro del que ha partido esta reflexión: Mark Backman, Sophistication. Rhetoric and the rise of self counsciousness, Ox Bow Press, Connecticut, 1991
Surge de ahí la sociedad sofisticada, es decir la que da aplicaciones prácticas al saber. La sofisticación, producto también de la democracia ateniense, es un concepto que proviene de los sofistas, y uno de sus productos fundamentales es la Retórica, el arte de la invención y la persuasión. El principio de este sistema de pensamiento consiste en advertir que los hombres no son seres racionales, sino que a menudo también son presas de sus emociones y sus deseos, que la contradicción los habita y que por definición el hombre es ese agente en constante deliberación consigo mismo y con los demás que no siempre es consistente, pues una cosa es lo que dice, otra lo que piensa y otra lo que hace. De ahí la necesidad imperante de erguir una propedéutica para la deliberación y la acción.
La sociedad tecnológica es uno de los productos contemporáneos de las tesis de los antiguos. La tecnología es la conquista del saber aplicado a la práctica, es el conocimiento de las técnicas con que se organiza lo real (el logos de la techné). Gorgias, Protágoras, Isócrates, Córax, Tisias, fudadores del modelo de la retórica postularon así los principios que rigen a la sociedad sofisticada: el principio de ambiguedad (pues en el mundo artifical las cosas no son como son por necesidad sino por convención, y si vemos la sociedad sofisticada observamos que las cosas no son nunca lo que parecen, sino son sólo lo que parecen) el principio de estructura (pues toda acción o toda institución establecen un esquema para funcionar, producto de las convenciones: por tanto pueden cambiar) el principio de control (ya que la polis se conduce de acuerdo a las estructuras existentes, que por definición no son necesarias sino posibles). Son retóricos entonces el organigrama de una institución, un programa de estudios, la estructura de una novela, la disposicion arquitectónica de un edificio, etcétera, y todos ellos proceden de lugares de pensamiento que una vez realizados conducen la acción.
Cinco máximas se desprenden de este pensamiento, y que refutan las máximas de la Filosofía. Pues ahí donde la Filosofía postula que las palabras son reales, que las imágenes son apariencias (y véase el constante ataque que se hace a las imágenes desde Platón hasta Giovanni Sartori), que la información es un bien ético, que el cambio es controlable y que la verdad es alcanzable, la Retórica plantea que las palabras son herramientas (y siempre metafóricas), que las imágenes son reales (pues en cuanto aparecen son ya un dato fenoménico de la realidad, y sólo se piensa en lo que aparece), que la información es poder, el cambio es invevitable y la verdad es relativa.
Tales son pues las pautas de nuestra sociedad sofisticada. Para una mayor comprensión de este tema véase el libro del que ha partido esta reflexión: Mark Backman, Sophistication. Rhetoric and the rise of self counsciousness, Ox Bow Press, Connecticut, 1991