lunes, 4 de agosto de 2008

Viejos tópicos en nuevos contenedores: el Circo y sus retóricas

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Aunque la forma incipiente del espectáculo que conocemos como Circo tuvo sus primeras manifestaciones en el Imperio Romano, donde fuera ya un paliativo simbólico para las demandas populares, no es sino hasta la época victoriana, en Inglaterra, cuando el Circo adquirió una forma comercial altamente sofisticada tal como lo conocemos hasta hoy. El Circo alcanzó su pináculo cuando a las modalidades del espectáculo se sumaron técnicas y sistemas de transporte para movilizar fieras de países lejanos, o insumos tecnológicos capaces de erguir gigantescas estructuras, pero sobre todo se distingue por el desarrollo de un conjunto de formas retóricas específicas que constituyen su característica estructura dramática: la plataforma central tiene la forma de un círculo, metaforizando al mundo en su completud esférica –tal como se establece ya en su propio nombre, que alude a la idea central de la circularidad-. En este mundo simbólico se contienen, alegóricamente, todas las proezas, maravillas, tragedias y comedias humanas (en ello el Circo es una metáfora emparentada con la Rueda de la Fortuna, aquel viejo tópico que fuera tan extendido en la cultura medieval). La orquesta (el coro) acompaña a este mundo en movimiento, donde aparecen batallas ecuestres, fieras domadas, cómicos enanos, payasos tragi-cómicos, hermosas acróbatas y prodigios antigravitcionales, un espectáculo que nos hace transitar por, amplificadas, todas las facetas de la aspiración humana, que siempre vuelve irremediablemente a su propio origen (el círculo se cierra). La constitución retórica de esta gran metáfora habla desde luego de los terrores de una sociedad que busca dominarse a sí misma, y que enfrenta numerosos obstáculos. Cuando vemos al malabarista luchar con cada vez más artefactos volantes, vemos dramatizada la necesidad de poseer el poder para manejar las variables –que parecen infinitas- de las sociedades en ascenso, que se procuran grandes retos pero que saben que la fragilidad está presente, mas el reto se proyecta hasta el paroxismo. Así mismo, la categorización social de las clases humanas marginalizadas (el gigante, el enano) que adquieren forma expresa en el escenario, marcan la necesidad de hacer patentes los varios límites de nuestra corporeidad, pero es una paradoja que se remarca, se hace fuertemente elocuente. La era victoriana habría dado este resultado, como forma de expresar su propio drama cultural y político, y más tarde este drama, convertido ya en un género propiamente dicho, se extendió a todo el mundo

En su libro The circus and the victorian society (University of Virgina Press, 2005), Brenda Assael señala además que aunque los actos exhibidos muestran cualidades extraordinarias, basadas en tópicos como los del poder físico o los del humor subversivo, el circo también elabora su estructura retórica suscribiendo los principios de lo grotesco, lo peligroso y lo lascivo, lugares que también figuraban en el discurso social de la Inglaterra de mediados del siglo XIX, una época que generó enormes tensiones entre el deseo de una educación moralizante y una descomposición callejera que le representa un enorme reto dentro de su propio Circulo.

Como concluye Ássael, el Circo se desarrolla en nuestros días dentro de un enorme conflicto entre las normas del espectáculo actuales y su propia tradición, sin embargo la sociedad vitoriana nos heredó este punto de vista único sobre una psique colectiva enormemente cargada de contradicción y ansiedad.

Y precisamente para contrarrestar ese conflicto, y adecuar esta forma de espectáculo a las circunstancias actuales, se han desarrollado nuevas formas retóricas de elaborar este círculo simbólico, transfigurando incluso la tradición. La más visible de estas formas es por su puesto el llamado Cirque du Soleil (El circo del sol) un producto característico de nuestros días donde las tecnologías contemporáneas, la sofisticación de las escenografías y las pistas musicales, así como de la cosmopolita capacidad de coleccionar a los prodigios humanos más resonantes de todo el mundo, dan por resultado un espectáculo que descompone el círculo y privilegia los planos, depura lo grotesco y se remite al mito, deslava lo sarcástico y elabora en cambio la solemnidad, y así mismo desdibuja el humor simple y privilegia el drama. El Circo del Sol es una refutación de la ansiedad de la sociedad victoriana, y a cambio nos expone ahora la tensión y las aspiraciones de una sociedad burguesa que se considera emancipada.

La burguesía se sabe ya no en una era de círculos sino de plena globalización. Pero la antigua tópica le sirve de respaldo: la retórica de la proeza sigue expresando la voluntad humana de trascender los límites del mundo, límites que sin embargo, están ahí, para nuestro desconsuelo. Es para afrontar eso que se requiere el espectáculo.


Cirque du Soleil: Delirium

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