I
A pesar de que los antiguos griegos experimentaron con variadas escuelas de pensamiento, como la de los filósofos, los sofistas, los retóricos, los agnósticos o los escépticos, -cada una de las cuales dialogó con las otras dejando su legado vivo hasta el presente- es claro que buena parte de los discursos de los estados han privilegiado la visión platónica de la verdad para mantener sus estructuras. Dejar fuera de discusión ciertos tópicos es una clave por ejemplo para el establecimiento de dogmas sociales, aunque se forjen como verdades presunciones que después la historia se encargue de mostrar como refutables.
El intento de controlar el discurso es entonces un viejo artificio político, y la filosofía o la metafísica han empeñado parte de sus mejores instrumentos para ejercer esa actividad. Una de las consecuencias de ese trabajo es por ejemplo la mala reputación con la que se ha intentado hacer aparecer a los sofistas a lo largo de los siglos. Las escuelas nos enseñan la existencia de los sofistas indirectamente, invitándonos a desconfiar de ellos, pero sin mostrarnos sus textos concretos. Considerados fútiles, superficiales, basados en la sola apariencia, se les acusa de cultivar la falsedad, y por lo tanto se nos exhorta a dejarlos fuera de la República. Los sofistas, sin embargo, habían proveído de fuertes bases a la misma filosofía, a la democracia y al conocimiento del lenguaje y su función pública: habían demostrado el principio de oportunidad de los razonamientos, el componente emocional de la creencia, y habían puesto en evidencia cómo la razón opera también en función de la forma en que aparece. Revolucionarios de fondo, los sofistas sostenían que el ciudadano tenía el poder de transformar su mundo, operando sobre la base del conocimiento de las convenciones y del poder del discurso para movilizarlas, pero sabemos que no se da tanta difusión a sus textos como a los de los filósofos.
De todas formas el razonamiento filosófico, tanto como la misma teología, han debido servirse de instrumentos de la retórica y la sofística para manifestarse. Un caso paradigmático de ello lo constituyen los Diálogos de Platón, por ejemplo el “Gorgias o de la retórica”, texto que habrá de considerarse canónico en relación a la tradicional oposición entre retórica y verdad, que habrá de durar varios siglos hasta el presente. Gorgias provenía de la escuela de los sofistas, y era un maestro en retórica que postulaba al arte de la persuasión como una disciplina central para los ciudadanos griegos en la naciente democracia. Platón -representante de la idea de la verdad para el Estado- estaba interesado en descalificar este arte, y así, propone a la figura de Sócrates para dialogar con Gorgias, con el propósito de mostrar el carácter secundario de dicha disciplina. En el diálogo Sócrates procede estableciendo disyuntivas que el interlocutor acepta, como la de que hay dos tipos de creencias, las falsas y las verdaderas, y entonces Gorgias se ve obligado a conceder (“Lo admito”, “lo acepto”, “sí es verdad”- dice), y más tarde se postulará que como la retórica posibilita tanto la creencia en lo verdadero como en lo falso luego entonces tendrá que haber una retórica de lo justo y otra del engaño. Pero debemos notar que tales palabras ¡no son de Gorgias!, sino que son las palabras que Platón pone en boca de él. Dicha técnica, altamente refinada por cierto, permite entonces a Platón arribar convenientemente a los resultados por él predefinidos. De hecho Platón inventa a los personajes de los diálogos, tanto a Sócrates, Gorgias, como a todos los demás que comparecen en los diálogos, en un sistema que llama mayéutica y que consiste en demostrar cómo en el diálogo lógico inductivo –donde uno propone y el otro concede- se puede llegar a la "verdad" (siempre y cuando sean ‘los otros los que concedan’: por eso él debe controlar las palabras). Esa técnica, como vemos, es más bien una técnica sofisticada para producir “el efecto de verdad” y por lo mismo no será muy diferente a lo que proponían los sofistas, quienes decían que se podía convencer a los hombres si se hallaban las fórmulas discursivas adecuadas.
Todos los Diálogos de Platón están construidos sobre esta base, y su legado será enorme. Con la retórica del diálogo fingido parece que no es Platón el que habla, sino que son los otros los que por sí mismos razonan, y por tanto debemos tener a Platón como un audaz retórico, considerando la gran capacidad persuasiva que sus diálogos tuvieron en la historia (tanto que los estudiosos consideran que ya no necesitan leer a los propios autores inventados en el diálogo, pues “se tienen ya aquí sus palabras”, con lo que Platón habría conseguido su objetivo). Este mecanismo, usado frecuentemente para descalificar a la retórica, al parecer ha funcionado muchas veces en el pasado: por ejemplo a raíz de la controversia entre Platón y Aristóteles (este ultimo el gran teorizador de la retórica) apareció una vez un texto en el que supuestamente Aristóteles habría declarado "Amicus Plato sed magis amica veritas" (Amigo de Platón pero más amigo de la verdad) pero tales palabras no están en los textos del estagirita, sino que fueron escrtitas por Ammonio (quien se las atribuye) en su tratado sobre la vida de Aristóteles (y ese acto es al parecer lo único importante que Ammonio hizo en su vida, tal es el fervor)
Tales fenómenos recuerdan a su vez los dibujos de Escher, donde tendemos a preguntarnos dónde está la verdad (que es inencontrable) sin darnos cuenta que es el propio pintor quien nos ha colocado en ese trance jugando con las paradojas visuales a partir de su conocimiento y manejo de las convenciones que producen “el efecto de verdad”. Escher sería por ello un buen portadista para los diálogos de Platón, y ambos un producto de la sofisticación del lenguaje, ese poderoso invento de los sofistas.
Tales fenómenos recuerdan a su vez los dibujos de Escher, donde tendemos a preguntarnos dónde está la verdad (que es inencontrable) sin darnos cuenta que es el propio pintor quien nos ha colocado en ese trance jugando con las paradojas visuales a partir de su conocimiento y manejo de las convenciones que producen “el efecto de verdad”. Escher sería por ello un buen portadista para los diálogos de Platón, y ambos un producto de la sofisticación del lenguaje, ese poderoso invento de los sofistas.
II
Una nota oportuna: si, como decía Gorgias, la verdad es relativa (sabiendo que las convicciones y las personas cambian con el tiempo) ayer en el períodico La Jornada apareció una nota que corrobora la cuestión. Investigaciones reportadas por el Britsih Medical Journal señalan que creencias que antes se tenían por verdaderas hoy se demuestra que son erróneas, por ejemplo que leer con luz tenue arruina la vista, que afeitarse hace que el vello crezca más rápido y con mayor grosor, que solamente usamos el 10% de nuestro cerebro (los registros muestran que no hay parte que esté inactiva cuando el sujeto actúa) o que el cabello y las uñas siguen creciendo después de la muerte (es la piel la que se contrae), etcétera.
Veáse la nota titualda "Desenmascaran siete mitos de la medicina", publicada en el diario La Jornada el dia sábado 22 de diciembre de 2007. (http://www.jornada.unam.mx/2007/12/22/index.php?section=ciencias&article=a36n1cie)
4 comentarios:
Buena cuestión lo de Platón.
Hola, cómo puedo obtener el material del congreso internacional "historia de la retorica" evento en Estrasburgo (francia)en Julio del 2007?? Gracias.Martiniano.
Hola, no tengo noticias de ello, pero hay una colega que estuvo en ese evento de Estrasburgo y que es representante de la Sociedad de Retórica en México. Creo que ella podrá informarte. Ella es Mariana Ozuna y sus referencias al respecto así como su mail están es su propio blog: http://vivaestatua.com/
Espero sirva
Saludos
O que venimos del mono...vgr.
salut
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