domingo, 3 de junio de 2007

Retórica de la deconstrucción

Dentro de lo que hoy se suele denominar era posmoderna (usando una figura de lenguaje que intenta hacer un deslinde -para la situación contemporánea- de los ideales ciertamente fallidos de la modernidad y del optimismo de su filosofía positivista) uno de los principios más sugerentes tanto en el ámbito teórico como en el de la producción de obras, y que prolifera en el ámbito intelectual con una audacia casi convincente, es la llamada deconstrucción.
La deconstrucción ha sido una apuesta por la indeterminación, por el relativismo escéptico, en la que se plantea que todas las construcciones mentales, en tanto que pertenecen al lenguaje, son históricas, deliberadamente militantes, localizadas, y que por tanto es posible desmontarlas, ponerlas en crisis, exhibir su artificialidad. El blanco de ataque de esta deconstrucción como forma retórica para poner de manifiesto un descreimiento casi dramático ante los cánones de la civilización, ha sido sobre todo la cultura y la filosofía occidental, ante la que van dirigidos sus postulados básicos. En este proceso la deconstrucción no intenta postular unos principios nuevos, ni inaugurar un nuevo orden, sino que habla de permanecer en los márgenes, de no generar otra institucionalidad en las nociones. El término es acuñado por Jaques Derrida en De la Gramatología, un libro de los años sesenta cuyos tópicos se ubican en el post-estructuralismo naciente de la época, pero que adquiriría una enorme difusión en las siguientes décadas gracias sobre todo al arraigo que este concepto tuvo en las universidades norteamericanas.
Derrida era, junto con Barthes o con Foucault, un reactivador de los principios emanados del existencialismo de Heidegger, solo que proyectados al ámbito de la lingüística, en los cuales no sólo las instituciones sino las palabras y los signos mismos son percibidos como una red que atrapa al sujeto, lo determina. La deconstrucción es de hecho una generalización del esceptisimo heidegeriano, o también del antifundamentalismo de Nietzche. En Derrida se advierte en efecto que las palabras son acumulaciones metafóricas que nos conducen siempre a paradojas irresolubles, de las que trata de escapar. El carácter irreverente de este movimiento se vuelve atractivo, parece irrumpir y refrescar una escena demasiado acartonada. En ello hay semejanza también con la égida provocadora de los sofistas como Gorgias, Córax y Protágoras, o con las escuelas de los antiguos Escépticos, como Pirrón, o de los Cínicos, los cuales decían cosas semejantes en su tiempo. Sólo que de ellos no emanaba simplemente un “equivocismo ejemplar”, como en la deconstrucción, sino una disciplina como la Retórica, que plantea que el orden existente no es necesario, que se puede desconstruir pero que inevitablemente se genera otro orden. Esa es una solución irrenunciable, pues ¿cómo puede escaparse a la metáfora? Herbert Simons lo señala así:

"La deconstrucción da lugar a la reconstrucción retórica al sugerir que no es posible escapar a ella, incluso en las vehementes demostraciones de que ésta ya ha quedado fuera. La deconstrucción es sofística al sugerir que la razón es retórica, que la “realidad” es apariencia, que el conocimiento y el poder van de la mano, y que cualquier representación es en cierto sentido una falsa representación. La influencia de la sofística es como la que opera, por ejemplo, en Burke cuando éste hace la conjetura de que el lenguaje es el que hace el pensamiento por nosotros, insistiendo en la convicción radical de que toda reflexión es también una desviación cuando partimos de términos (como en Jameson) o de que hay una “prisión del lenguaje”, de que “es imposible escapar al texto” (como en Derrida) o de que el lenguaje “es la violencia que le hacemos a las cosas” de Foucault. Mediante provocaciones como ésta, volvemos a la tesis de Gorgias que sostienen que “el lenguaje y la realidad no son conmensurables”
(“Rhetorical deconstruction”, en Herbert W. Simons, The Rhetoric of Philosophical Incommensurability, Selected Writings, Temple University, 2007)

Pero como vemos la deconstrucción no cierra el círculo y deja abierta una paradoja que lo hace presa de sí mismo: ella sólo puede hacerse construyendo a su vez un discurso, un orden mismo, de modo que no existe un discurso "deconstructivo". Podemos llegar a significados ocultos de textos construidos, pero no podemos "construir" textos "deconstruidos". Y así, vemos que la deconstrucción no es una no-retórica, sino una retórica dramática del desencanto.
Derrida y los seguidores del deconstruccionismo, aunque no han desconocido su situación paradójica, han sin embargo intentado escapar de esa condición a base de un lenguaje oscuro, abigarrado, derramado, lo que por otra parte ha provocado bromas organizadas como la del Postmodernism Generator, una sistema del Internet que produce automáticamente textos posmodernos con un simple clik (http://www.elsewhere.org/pomo), y en los que no existe argumento alguno pero sí profusas citas ad-hoc y una apariencia de complejidad que podría convencer a algún incauto (e incluso sus ‘ensayos’ podrían publicarse).
El centro de la cuestión está en la no naturalidad de lo simbólico, lo simbólico es una agencia humana, sujeta por lo tanto al cambio, a la equivocación y a la reformulación. Pero las convenciones, los lugares comunes, son inherentes a la agencia humana, y no podemos solo desconstruírlos sin recurrir a otros. Ello había sido lúcidamente expuesto por uno de los teóricos de la Retórica más importantes del siglo XX, Kenneth Burke (en la misma saga que Heideger, pero con atención al drama de las agencias de lenguaje). Burke escribía:

!El hombre es ese animal simbólico (el hacedor de símbolos, el mal empleador de símbolos) que ha inventado lo negativo (o que es moralizado por lo negativo) separándose de su condición natural a través de los instrumentos de su propia fabricación, impulsado por el espíritu de la jerarquía –o movido por el sentido del orden- y descompuesto (corrompido) con su perfección". (Burke, On Symbols, 70).

Este texto, hecho por un retórico y no por un deconstrucionista, invita a mirar el ciclo completo: la cultura se ordena, se desordena y se reordena. Derrida por su parte sabe de la necesidad de cambio, de la urgencia de resolver dicotomías que se tienen por ciertas pero que resultan limitantes. Para él la deconstrucción no es un estilo, una vanguardia, sino una actitud. En “La metáfora arquitectónica” (y luego de que las tesis de la deconstrucción pasaran a formar parte de los movimientos de la arquitectura contemporánea) escribía:

Durante algún tiempo se ha ido estableciendo algo parecido a un procedimiento deconstructivo, un intento de liberarse de las oposiciones impuestas por la historia de la filosofía, como physis / téchne, Dios / hombre, filosofía / arquitectura. Esto es, la deconstrucción analiza y cuestiona parejas de conceptos que se aceptan normalmente como evidentes y naturales, que parece como si no se hubieran institucionalizado en un momento preciso, como si careciesen de historia. A causa de esta naturalidad adquirida, semejantes oposiciones limitan el pensamiento. (Derrida, La metáfora arquitectónica, 1986)

Pero es justamente en la arquitectura y en el diseño donde se observa que la deconstrucción termina por postular una nueva estética, un nuevo estilo, una nueva vanguardia (y asumiendo que la noción de vanguardia es plenamente moderna) que parte a veces de los lugares que habían promulgado los dadaístas por ejemplo o, un siglo antes, los románticos, pues la lucha entre el orden y el desorden ha estado siempre planteada. Observemos un caso: El Museo Judio de Berlin, una de las arquitecturas posmodernas más relevantes de la actualidad (inagurado en 2001). Su autor, el arquitecto Daniel Libeskind ha construido una planta irregular, las paredes y ventanas plantean travesías dispersas, los soportes de las plantas parecen hundirse. Por dentro hay un vacío que atraviesa todos los espacios, así paradójico y voluntariamente incompleto. Tal relato marca la descomposición sobre la que ha subyacido el pueblo judío en Berlín. La obra parece plantearse así como una irrupción dentro de las jerarquías de los edificios acostumbrados, pero ¿no es su monumnetalidad y su tecnología (está revestido todo de zinc) una forma de proponer a la vez un nuevo canon, una nueva forma de espectacularidad y de referencia urbana? ¿no es signo también del nuevo establishment (como su antecesor el Museo Guggenheim de Bilbao)?


oooooooooooooArquitectura deconstructiva: El Museo Judío de Berlín

Es la persencia de esta nueva vanguardia lo que empieza a proliferar. Tanto que la ciudad de Kentucky, en Estados Unidos, se ha propuesto no quedarse atrás y hacer su propia torre posmoderna para estar a tono con las "nuevas tendencias". Se trata del Museum Plaza, torre que además de espacios de exhibición de arte contemporáneo albergará comercios, viviendas, oficinas, y que dará estilo a la ciudad con sus posulados posmodernos.




Museum Plaza

Algo similar ha sucedido con el diseño gráfico deconstructivo (y también con el performance, la instalación, etc, esas formas posmodernas de arte), que han tomado esos mismos lugares comunes de revertir las convenciones. Los diseñadores destruyen la retícula, simbolizan la descomposición del mundo descomponiendo la legibilidad, el orden de los textos, las tipografías. Es, según palabras de Ellen Lupton, una estética del No antes que del Nada. Son estilos que intentan persuadirnos de que la regularidad y el orden ya no nos sostienen, y entonces han adoptado una retórica iconoclasta, alternativa, no canónica (con formas que también son metafóricas) Ello fue expresado a fines de los años ochenta en un texto canónico de la deconstrucción en el diseño gráfico: The End of Print, de David Carson.





Carson ha publicado recientemente un nuevo libro con sus últimos trabajos para renovar su imagen de demoledor de las reglas, vanguardia que ha inspirado también a otros grupos, como los autores de libro "Design Anarchy" que será tomado aqui como modelo del nuevo orden, de la nueva retórica de la descomposición.


El diseño y la filosofía deconstructiva han mostrado en efecto la vulnerabilidad de las convenciones, siendo por ello atractivos para unos y repelentes para otros. No cabe duda además que han permitido refrescar los códigos y las costumbres, pero también debemos decir que no suelen colocarse fuera del formato, de la economía, y de los intereses culturales hegemónicos. Son descentrados y complejos hasta cierto punto, no lineales (pero establecen una nueva línea) e irreverentes pero con la materia, no con la ideología.
Hace varios años Marcel Duchamp fue convocado a una exhibición de arte comtemporáneo donde debía enviar un Ready Made nuevo. Duchamp dijo que la institución artística estaba completamente rebasada pero ante la insistencia adquirió un cable de acero de varios kilómetos que firmó como suyo y el cual por supuesto no pudo ser exhibido por sus enormes dimensiones (en efecto la noción de galería estaba ya rebasada). Las obras deconstructivas rompen todas las reglas pero, a diferencia del cable de Duchamp, siempre caben más o menos bien en los formatos de exhibición tradicionales.

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1 comentario:

Santiago Fort Barberá dijo...

Foto deconstructiva.

Término utilizado para definir un nuevo género en fotografía que pretende mostrar que el claro y evidente dista de serlo y explicar con imágenes que otra realidad es posible. En otras palabras seguidores de la corriente filosófica deconstructiva del filósofo Jacques Derrida que pretenden aplicar al arte los nuevos marcos de creación de la fotografía digital. Esta tendencia participa de la evolución generalizada de las diferentes artes prácticas.

La utilización de las nuevas tecnologías de la imagen permite el desarrollo de un nuevo nivel de procedimientos enunciativos y estrategias narrativas en la imagen que combinan, por un lado, el potencial crítico de la apropiación, característica de la fotografía y, de la otra, el montaje digital. La fotografía digital contiene de esta manera un doble dispositivo de descomposición y recomposición. Su objetivo final no es representar la realidad sino desenmascarar el orden de relaciones jerárquicas que estructura lo real.

La fotografía no simplemente "representa" la realidad, sino que elabora imágenes capaces de despertar la arquitectura oculta de su organización. Trata de poner en escena segmentos enunciativos que arrojan una duda sobre el orden de la representación establecido. No es sólo lenguaje, sino, a la vez y contra eso, escritura, huella, rastro de evento. Muestra en la medida que esconde. Es un texto inacabado que necesita ser completado por el lector.

Autores que representan a la fotografía deconstructiva son entre otros: Óscar Amorós (www.amorosphotogallery.com), Santi Fort. (http://santifort.artelista.com/) nos otros.